viernes, 22 de octubre de 2010

La iglesia de Santa Catalina

Del ciclo "Un Chorro de relatos" por Alberto López Chorro(mi gran amigo, por si alguien no lo sabia) hoy he elegido "La iglesia de Santa Catalina".

                                                   La iglesia de Santa Catalina


Bang, un disparo. Nadie se asomó por el callejón, decenas de personas caminando por la avenida y nadie se molestó en ver que había sucedido. A nadie le interesa. Gabriel está ahí, de pie, con el arma aún apuntando a la cabeza del cuerpo sin vida tirado en el suelo. No hay ni pizca de arrepentimiento, era uno u otro, y esta vez le ha tocado ganar, podía haber sido al contrario. Dejó caer el arma junto al cuerpo inerte de Jordi.. Había tenido suerte esta vez, nadie le había visto. Ya solo quedaba una cosa por hacer, Gabriel salió del callejón perdiéndose entre el gentío, caminaba despacio, no tenía prisa. Un taxi bajaba por la avenida, Gabriel lo paró y se montó.

-“A la iglesia de Santa Catalina”-
En apenas veinte minutos el taxi paraba en la puerta de la iglesia de Santa Catalina, en la zona este de la ciudad. La iglesia se veía un edificio imponente que en tiempos había gozado de vida entre sus muros, un lugar en el que los creyentes iban a rezar. Pero de eso hacía mucho tiempo, ahora era diferente, las ventanas estaban tapadas con tablas, la puerta estaba condenada con un muro de ladrillo, aquél era un edificio inerte. Gabriel se bajó del taxi, que se alejó rápidamente del lugar, se quedó un momento inmóvil frente al edificio. Miró a un lado y a otro de la calle y se dirigió a la derecha hacia un pequeño jardín bordeado por una pequeña verja. En el centro del jardín una cruz de granito y un olivo, cargado de aceitunas, la mayoría picadas por los pájaros. Al fondo una pequeña puerta negra. Gabriel pasó por encima de la verja y se dirigió a la puerta, la empujó levemente con la mano izquierda y la puerta se abrió. No sonó, no chirrió, simplemente giró sobre las bisagras abriéndose completamente. Antes de entrar se santiguó. Aquella puerta daba acceso a la sacristía, las telarañas llenaban la estancia, aún quedaba algún cirio con el símbolo de la santa sobre el mueble bajo, en el que el cura debía de guardar sus cosas. Cruzó la estancia, saliendo al presbiterio, junto al altar. Gabriel se despojó de sus ropas y se tumbó en el sucio suelo boca abajo, con los brazos estirados en cruz. Las palomas revoloteaban por la nave, entraban y salían por un agujero del techo, se veía que la madera que formaba el tejado estaba podrida y parte estaba en el suelo y sobre algunos bancos. En aquella posición de penitencia le dio un escalofrío que le erizó el vello. Sentía una presencia que no debía de estar allí. Interrumpió su oración y se incorporó, buscó a su alrededor. Sentado en uno de los bancos del fondo, junto a la puerta tapiada, estaba el motivo del escalofrío. Gabriel se acercó, era un hombre mayor de unos 60 años o más, ataviado con una sotana gris oscura. Estaba descalzo y tenía los pies sucios, la cabeza la tenía completamente calva, no tenía cejas y las pestañas eran rubias, los ojos cerrados y los dedos de las manos entrelazados, estaba orando. Gabriel se quedó de pie junto a él, sin decir nada, esperando que terminase de rezar. El viejo abrió los ojos y separó las manos, reposándolas sobre sus muslos, miró a Gabriel y le habló despacio.
-“No te sientas afligido. Él no te va a juzgar por lo sucedido hoy.”
A Gabriel no le pareció que fuese la voz de un hombre mayor, si no más bien de un niño.
Gabriel no le quitaba el ojo de encima, no sabía por que, pero no se fiaba de aquel anciano de voz infantil.
-“No desconfíes de mi Gabriel. Si, sé quien eres”
Gabriel no había tenido tiempo de formular la pregunta cuando ya se la había contestado.
-“No te sorprendas, yo se muchas cosas.”
-“¿Qué cosas?”
Alcanzó a preguntar Gabriel.
-“Por ejemplo, que hoy has matado a un hijo mío, Jordi”
Si le quedaba alguna duda, aquel comentario las acabó de disipar. Aquel anciano no debía de estar allí. Gabriel se estaba cansando de juegos, tanto si era el padre de Jordi como si no, aquel hombre sabía cosas que no debía de saber nadie, excepto él. En un acto reflejo cogió al anciano por el cuello con las dos manos y apretó con todas sus fuerzas. Aquel hombre no tenía síntomas de asfixia. Gabriel lo soltó y se lo quedó mirando, cómo era posible.
-“A mi no puedes matarme Gabriel, no estoy en tu circulo”
-“¿Qué circulo, de que hablas?”
El anciano se puso en pie y pareció rejuvenecer 30 años, las arrugas de su cuello habían desaparecido y las de su rostro también. Aquel hombre puso su mano derecha sobre el pecho de Gabriel, a la altura del corazón. Gabriel sintió un dolor profundo y no pudo reprimir un grito.
-“Eso que has sentido es amor Gabriel”
Gabriel se hincó de rodillas, y se puso a llorar. No podía dejar de llorar, de repente sentía tristeza por la muerte de Jordi.
-“¿Quién eres?”
Le preguntó Gabriel entre sollozos.
-“Ciego estás si no me reconoces”
Le puso la mano en la cabeza, Gabriel sintió una punzada en los ojos y dejó de ver. Volvió a gritar, esta vez no era por el dolor, si no por la impotencia, no podía defenderse. Y ahora no veía.
-“Te has dedicado a matar a personas. Hace tres semanas acabaste con la vida de un indigente, un pobre alcohólico que no hacía daño a nadie.”
Gabriel sintió un fuerte dolor en el costado.
-“Eso es cirrosis, Gabriel, la que padecía ese pobre hombre y que hubiese acabado con su existencia.”
Gabriel se tumbó en el frío suelo, retorciéndose de dolor.
-“Cuatro días más tarde, se cruzó en tu camino, el padre Darío. ¡Pobre padre! Su único pecado había sido pagar a una prostituta que le pegó el SIDA. Dos meses de vida le quedaban.”
Gabriel tirado en el suelo, retorciéndose de dolor y ciego no pudo ver como en su piel empezaban a aparecer manchas marrones.
-“La semana pasada fue aquella señora, la de la parada del autobús, ¿no te fijaste en como tosía? Claro que si, eso fue lo que te molestó. Cáncer de pulmón, si, dos años le quedaban, como mucho. Para venir a mi”
Gabriel comenzó a sentir que le faltaba el aire.
“Y hoy a Jordi. Mi predilecto. El pobre sólo quería robarte, y vas y le matas con su propia arma. Hace dos noches atracó una gasolinera, con tan poca fortuna que no solo no se llevó nada, si no que le mordió un perro.”
Gabriel comenzó a vomitar espuma, sus ojos carentes de vida se le ensangrentaron.
-“Tenía la rabia, pobre perro, lo sacrificaron ayer. Jordi era mi favorito”
Gabriel estaba padeciendo todos los males de aquellas personas a las que había matado.
-“¿Qué quieres de mi?”
Gritó Gabriel, escupiendo espuma por la boca.
El hombre de la sotana, le miró. Suspiró y con un gesto de resignación contestó a Gabriel.
-“¿Qué voy a querer, qué quiere todo el mundo?, sólo cumplir con mi trabajo.”
Ahora si que Gabriel no entendía nada.
-“La pena es que aún no ha llegado tu hora y no puedo llevarte conmigo, pero espero que te quede claro. No vuelvas a hacer mi trabajo. La próxima vez no seré tan benevolente.”
Gabriel dejó de escupir espuma, se le pasó el dolor del costado y volvió a respirar con normalidad, el dolor del pecho no se le fue, seguía triste, las manchas de la piel, le desaparecieron, pero la vista no le volvió. Se puso en pie como pudo, y agarrándose en los bancos, retrocedió hasta donde había dejado la ropa, seguía sin ver. Se vistió y buscó la salida, era difícil manejarse a ciegas por el edificio sin tropezar, sin golpearse las espinillas con algún banco. Logró salir de la iglesia por el mismo sitio por el que había entrado, nada más cruzar la puerta, una luz blanca le llenó los ojos, antes lo veía todo negro y ahora todo blanco, pasó despacio por el jardín, avanzando primero hacia el centro, en busca de la cruz y después hacia la verja, pasó una pierna por encima y luego la otra. La visión le volvió del todo. Ya no estaba ciego. Gabriel no tenía muy claro que es lo que había pasado dentro de la iglesia, pero una cosa le quedó clara, antes de volver a matar, se lo pensaría dos veces. No quería volver a sufrir de nuevo todo lo que la muerte le había hecho sentir.

                                                                             Fin

por Alberto López Chorro

12 comentarios:

  1. Bien desarrollado, sheol. Me ha atrapado desde el principio, como siempre.
    Otra cosa: el intrusismo profesional debe de tener sus limites. Nadie sabe matar como la muerte misma

    Un abrazo

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  2. Es que hay mucho intrusismo profresional y claro estamos acostumbrados a evitar el IVA y caemos en manos de chapuzas, oye, fenomenal relato, el final es fabuloso.
    Un abrazo

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  3. Hola Javir, la muerte podría descansar de vez en cuando, dejarnos un poco tranquilos. Un abrazo.

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  4. Hola José, viniendo de ti el comentario, verdadero maestro de la intriga, es todo un alago. Un abrazo.

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  5. Muy buen relato, sheo, escenificas tiempo y lugar de forma maravillosa.

    Besossssss.

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  6. Hola Aniki, gracias por tu critica más que favorable y por tu visita más que agradable. Un abrazo.

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  7. Me ha alegrado entrar aqui. Es un buen relato.

    Un beso

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  8. Gracias Sakkarah por haber venido. Un abrazo.

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  9. Gracias por tu visita e invitarme a traerme a tu casa. Un buen relato el que ha escrito Alberto López Chorro, sin duda usurpar y apropiarse de las tareas y funciones de un ser con tanta responsabilidad puede tener ciertas dificultades... me ha gustado mucho leerlo, está muy bien escrito.

    saludos.

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  10. Hola Lemaki, un placer verte por aquí. Gracias por tu cometario y visita. Un abrazo.

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  11. hola, bello blog, preciosas entradas, te encontré en un blog común, si te gusta la poesía te invito al mio,será un placer,es,
    http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
    muchas gracias, buen martes, besos.

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  12. Hola Don Vito, ahora mismo me pasaré por tu blog por qué me encanta la poesía. Un saludo y gracias por la visita.

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