sábado, 5 de octubre de 2024

Te esperaré...

 La bruma se arremolinaba sobre el camino empedrado, engullendo la figura de Clara mientras avanzaba hacia la vieja casona. Sus pasos resonaban apagados, como si el aire mismo cargara un peso que no era de este mundo. Había venido cada otoño, durante años, esperando encontrarlo.

Él, Manuel, había prometido esperarla. "Te esperaré", había susurrado aquella tarde de verano, con una sonrisa que aún ardía en su memoria. Pero el tiempo había pasado, y las estaciones, como el viento, no se detenían por promesas rotas. Clara había aprendido que las palabras se desvanecen como el calor cuando llega el otoño, cuando las hojas caen y la vida se apaga.

La casona se erguía ahora frente a ella, oscura y silenciosa, con ventanas como ojos vacíos que parecían observarla. No había más luz que la de la luna, pálida y distante, pero Clara podía sentir su presencia. Lo había sentido durante todos esos años, susurrando entre las paredes, enredándose entre las sombras del bosque que cercaba la casa.

El aire estaba frío, y con cada paso que daba dentro del vestíbulo, sentía cómo el otoño cubría sus huellas con un manto de hojas muertas. El suelo crujía bajo su peso, y el eco de ese sonido parecía susurrar su nombre, como si la casa estuviera viva, respirando su desesperanza.

"Manuel…" murmuró al viento, más como un ruego que como una llamada.

De repente, un suave toque en su hombro la hizo girar. No había nadie. Solo la penumbra y la tristeza. Pero sabía que no estaba sola. Él estaba allí, en alguna parte, escondido entre las sombras del tiempo que no perdona.

"Te esperaré", repitió en voz baja, de aliento empañando y aire helado.

Entonces lo vio, o creyó verlo, al final del pasillo. Una figura espectral, envuelta en la tenue luz de la luna, apareció por un instante. Sus ojos, que alguna vez la habían mirado con amor, ahora solo reflejaban la distancia de los que ya no pertenecen a este mundo.

Clara se acercó, cada paso más pesado que el anterior, como si la muerte suave del otoño la detuviera. Sabía lo que significaba su presencia. Sabía que él no había regresado como había prometido, al menos no en la forma que ella esperaba. Él estaba atrapado en ese lugar, entre el mundo de los vivos y los muertos, aguardando algo que ella no podía darle.

Cuando al fin estuvo frente a él, sus labios se movieron en un susurro que apenas rompió el silencio: "Si tardas, el otoño cubrirá mis huellas con hojas muertas… y el invierno helará los besos que perdí por el camino".

Pero Clara aun no estaba preparada. Manuel la miró, con una tristeza infinita, y desapareció en el aire frío de la noche, como el eco de un sueño olvidado. Y Clara, comprendió...



1 comentario:

  1. A veces el amor que se fue debe esperar la llegada de su mitad.
    Nunca se está preparado para seguir hacia el camino de donde no has de regresar.
    Un buen relato.
    Saludos.

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