Pompilio abrió los ojos de par en par. Se había acostado pensando
en no quedarse dormido por la mañana y se había despertado con la
puñetera sensación de que se había dormido. Miró desesperado el
reloj y suspiró aliviado. Quedaba media hora para que el primer
despertador sonase. Por la noche apenas pudo pegar ojo y solo después
de preparar encima de la mesita nada menos que tres despertadores,
con bastante dificultad, pudo conciliar el sueño. Se incorporó y
desconectó las tres alarmas. Belle, que estaba enroscado a sus pies
levantó la cabeza y le miró desconcertado unos segundos, luego
devolvió su cabecita encima de las patas. Pompilio salió del
dormitorio dirección a la cocina, le cambió el agua al chucho y le
llenó el bol con pienso. El ruido de las uñas del perro sobre la
cerámica del piso, animado por el sonido de su comida llenado el
cuenco, anunciaron al dueño de que ya no hacía falta llamarle. Se
preparó para sí mismo un café y una tostada con mermelada de
fresa, desayunó en el salón, enfrente de la tele y luego
concienzudo se preparó para salir fresco y con tiempo de casa. Antes
de marcharse bajó con Belle a la calle para que hiciera sus
necesidades. Al llegar abajo inspiró una gran bocanada de aire
matinal que le hizo toser al instante. Ya no estaba acostumbrado al
aire fresco de las seis de la mañana, pero tenía dos semanas para
hacerlo. Pasados 10 minutos ya estaban otra vez en el piso.
-Sé bueno, - le dijo al perro que le miraba intranquilo, meneando la
cola. -Al mediodía vendrá Puri para sacarte a mear. “Como si me
entendiera” se dijo luego para si mientras se agachaba y le daba un
beso en el medio de su cabeza. Giró sobre los talones y salió.
De vuelta en la calle, mochila al hombro, medio feliz por la
oportunidad, medio apenado por la brevedad de la tal, Pompilio se
encauzó hacia la estación de tren. Era su primer día de las dos
semanas de suplencia que le había conseguido Andreea en una empresa
de administración. No era mucho, pero por lo menos era algo. Después
de 45 minutos, la mochila y un paquete de nervios se bajaban del tren
en la estación indicada por su amiga. Llevaba mucho tiempo en el
paro, un tiempo en el que se había relacionado con apenas dos o tres
personas, todas ellas conocidos, el hecho de tener nuevos compañeros
empezó a hurgar en su ánimo más de lo esperado.
Había llegado a
su destino casi una hora antes, tiempo de sobra para sentarse en un
banco, sacar el termo de la mochila y tomarse un vaso de manzanilla
acompañado por el diario gratuito que le expendieron al salir de la
estación. De vez en cuando levantaba la mirada para seguir las
faldas cortas y los pantalones apretados de las jóvenes apresuradas
que entraban o salían de la estación. Cuando acabó con el
periódico le dobló perfectamente en dos y se lo guardó en la
mochila seguido por el termo. Se puso de pie y antes de seguir hacia
el edificio de oficinas, comprobó si no se había dejado algo sobre
el banco o debajo de él. Fue entonces cuando al levantar la mirada,
a unos veinte metros, caminando en dirección contraria, la vio.
Elegante, como de costumbre, vestía una falda ajustada hasta las
rodillas de color marón, zapatos de tacón alto y una camisa verde
que sacaba en evidencia las líneas más que respetables, para su
edad, de su cintura. La siguió contrariado con la mirada hasta que
dobló en una esquina, desapareciendo de su vista. Pompilio se
recuperó con dificultad de su asombro y desconcertado se acercó a
su primer contacto con su nuevo y breve empleo.
La jornada laboral se le antojó bastante llevadera, los programas de
trabajo, aunque no los mismos que él conocía, resultaron fáciles e
intuitivos. Los compañeros bastante simpáticos, como de costumbre
con sus chismorreos, sus risitas y sus bromitas subidas de tono. No
se fijaron demasiado en él, solo al llegar, cuando, después de
indicarle un responsable su mesa y explicarle un poco sobre sus
quehaceres, se le ocurrió presentarse como si fuera el primer día
de clase. Se acercó tímidamente frotándose las manos al centro de
la estancia y con voz barítonal logró enmudecer por un instante la
usual bulla de un lunes por la mañana:
-Hola a todos. Soy Pompilio.
Algunos levantaron las manos en forma de saludo, otros se le
acercaron para presentarse pero en segundos, todos y cada uno
volvieron a sus tareas. Le asignaron también un compañero que le
ayudara si le surgiera alguna dificultad, pero después de comer, por
la tarde, solo necesitó acudir a él en dos ocasiones. Los nervios
de por la mañana solo le acompañaron un par de horas, luego,
paulatinamente, se desvanecieron para no volver. Lo único que no se
pudo quitar de la cabeza, ese primer día de trabajo, fue la
sorprendente sorpresa de por la mañana. “¿Que hacía Puri a esas
horas matinales, por esos lares?” fue la pregunta que le royó la
sesera, como un ratoncito, durante todo el día.
Al llegar al portal, antes de subir a su casa, llamó a la puerta de
su vecina, pero nadie le abrió. Bajaría mas tarde, pensó y se
marchó. La pereza le acompañó durante la tarde, dejaría las
preguntas para el próximo día, bajó con Belle a dar un paseo
exprés y subió sin volver a pensar mas en el asunto. El martes, la
misma rutina de por la mañana, pero salió media hora mas tarde, ya
tenia controlados los tiempos y el itinerario. En la estación guardó
el periódico en la mochila y se postró en un banco, justo delante
de la salida del tren para que no se perdiera a Puri si es que volvía
a aparecer. Apareció, a la misma hora, fresca y serena y Pompilio
cual buitre, se lanzó a su encuentro.
-Hola vecina, que tal tú por aquí.
La cara de la mujer cambió al instante, su “Hola Pompilio”
balbuceado delataba una incomodidad bastante evidente que a Pompilio
no se le escapó, reforzando su teoría de que algo extraño estaba
pasado.
-Entonces ¿a donde va usted a estas horas doña Purificación?
-volvió a preguntar el hombre con tono suspicaz.
-A trabajar, a donde si no. - le contestó Puri un poco mas segura.
-A trabajar voy yo, y lo sabes pero tu no me dijiste nada de que
trabajabas en algún sitio.
-¿Y por qué te tengo que reportar a ti que es lo hago y a donde
voy? -le contestó la mujer ya totalmente recuperada. Voy a
trabajar, - prosiguió Puri indicando con la mano hacia donde
desapareció el día anterior. Y por cierto, se me hace tarde, y a
ti también. Hasta luego. -y diciendo eso dio media vuelta y se alejó
casi corriendo.
-Hasta luego, -gritó tras ella Pompilio con el misma incredulidad en
su voz.
Si el lunes el hecho de ver a su vecina le comió el coco durante
toda la jornada, el martes después de la sorprendente reacción de
la susodicha, la mente intrépida de Pompilio empezó a maquinar a
toda pastilla. Muchas fueron las posibles teorías descartadas, pero
casi igual de muchas siguieron dando mareantes vueltas en su cabeza
durante el día, la tarde y bien entrada la noche. Por la mañana,
otra vez en la estación esperó a Puri, la saludó y solo la
preguntó sobre el can, si no le daba mucha guerra sacarlo al
mediodía. La mujer le contestó que no, que no era ninguna molestia
y que se alegraba poder echarle una mano. Luego cada uno dirigieron
sus pasos hacia sus respectivos destinos.
Continuará...
Dibujos realizados por mi amiga y colaboradora Ale...
Uy veremos que pasa con Pompillo , me gusto mucho tu historia te mando un abrazo
ResponderEliminarCuando el ratoncito da tantas vueltas en la cabeza.... ya se jodió uno xD
ResponderEliminarA ver cómo sigue este trío de personajes. (Claro, aunque el perro no entienda nada, o supongamos que no lo hace, es excusa perfecta para buscar conversa, y ya es un personaje más)
Què gusto volver a leerte, Sheol!
Bueno, espero que no tardes mucho en continuar con el relato, ya me tienes en ascuas.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Hola Sheol! ¡Qué bueno ver que sigues impregnando de tinta estos renglones de tu blog! como siempre amenizándonos con nuevas historias. Te deseo un feliz verano. Gracias por tu visita a mi blog de viajes. Saludos!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarOh no!! nos dejas con la intriga...
ResponderEliminarMuy bueno Sheol y los dibujos de Ale también molan mucho.
Un beso
Entonces Puri a qué se dedicaba? no era la limpiadora, ni tampoco secretaria... tal vez, paseaba el perro de un alto dirigente de la empresa mientras se hacía pasar por la esposa de un director ejecutivo ... jajaja
ResponderEliminarleeré la segunda parte :))
un abrazo
Tuve que re-re comenzar, la vida me es una putada a veces, sin embargo esta última... se lució!, pero no quise perder lo que me gusta, lo que disfruto leer. Así que aquí estoy. Blog nuevo, nick nuevo (aunque me llevé mis entradas) y te sigo de nuevo.
ResponderEliminar(Tu y yo nos leemos ya hace un tiempo.... quizá me consigas reconocer, y si no, nada, una nueva seguidora :])