Él.
Abrió los
ojos y los volvió a cerrar. La luz le produjo un ligero dolor que se
pasó al cabo de unos minutos. La cabeza le dolía, se puso la mano
derecha en la sien y el dolor disminuyó. Poco a poco iba recordando:
las cervezas en el bar, las risas con la rubia, el tipo gordo y calvo
y el tercio con el que le golpeó. Estaba tumbado, boca arriba,
cubierto por una sábana blanca. En el techo blanco los fluorescentes
pasaban a gran velocidad, pronto cayó en la cuenta de que era él,
el que se movía. Ruidos ininteligibles llegaban a sus oídos. Los
fluorescentes dejaron de moverse. Una rubia con mascarilla verde se
asomó por encima de su cabeza, le puso los pechos en la cara y le
abrió la camisa, tuvo una erección. Vio el frió metal de una
tijeras avanzando hacia su pantalón, adiós erección, hola miedo.
Sintió un pinchazo en el brazo derecho y el dolor del líquido
entrando en su cuerpo. El dolor de cabeza desapareció, sintió un
ligero mareo y se durmió profundamente.
El gordo.
La cabeza
aún le daba vueltas. Se le pasaba la borrachera y la resaca era peor
que estar borracho. Sentado en una de las sillas de madera del bar,
las manos esposadas a la espalda y mirando el suelo comenzó a
reírse. Los dos policías locales que estaban tomando declaración
al camarero le miraron. El gordo miró por la cristalera tipo inglés,
a la ambulancia que había en la calle, tres policías estaban siendo
tratados por personal del Samur, seguía riéndose. Escupió en el
suelo un gargajo de sangre y siguió riéndose. Unos de los guardias
se acercó a él, miró a través del cristal y vio a sus compañeros,
el gordo seguía riéndose. El “poli” apretó el puño y golpeó
violentamente la cara del gordo. Un diente salió despedido. El gordo
escupió de nuevo y siguió riéndose.
La rubia.
Sentada al
fondo de la barra apuraba los restos de un cubata. No solía tener
mucho éxito con los hombres, quizás su metro ochenta los
ahuyentaba, o sus muslos anchos. Pero aquella noche había tenido
suerte, no con uno sino con dos. Primero se le acercó el gordo,
borracho, que le invitó a una copa. En un momento que fue al
servicio apareció el del traje. Un ejecutivo venido a menos o
vendedor de muebles, un tipo gracioso que también llevaba unas copas
de más. Lamentaba su suerte mirando el poco hielo que quedaba en el
vaso. Si el gordo no la hubiese liado, aquella noche se hubiese
llevado unos verdes a casa.
El barman.
-“Es
tarde y tengo que irme a casa ¿van a tardar mucho en llevárselo?”-
Preguntó el camarero al policía que le estaba interrogando.
-“No,
en cuanto venga la furgoneta nos lo llevamos, cuénteme otra vez lo
que sucedió”
-“La
rubia”- Comenzó diciendo y miró a
la mujer que estaba al final de la barra –“estaba
solo, como todas las noches, esperando algún cliente, ya sabe.
Primero tonteó con el animal ese”- señaló
al gordo esposado – “Cuando se fue a
mear le tiró los trastos al del traje y cuando ese” –
volvió a señalar al gordo- “salió
del váter la lió, al final le estampó el tercio en la cabeza.
¡Joder! no entiendo que coño les da el maricón ese”-
Dijo mirando a la rubia.
por Alberto Lopez
Siento mi ausencia, pero estoy desbordado de trabajo, así que como hacía mucho que no publicaba un relato de mi amigo Alberto, aprovecho la ocasión. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Hola Sheol! un placer verte. Bueno, casi me alegro que estés desbordado de trabajo, con la que está cayendo. Me ha encantado este relato, tan bien dividido en párrafos de diálogos, y la rubia, con ese movimiento sísmico de la excitación del hombre al miedo. Muy bueno. Un abrazo
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato!!! Espero que el desbordamiento se te pase rápido, que se te echa de menos... ¿Para cuándo más historias de Pompilio? Un besote!!!
ResponderEliminarBuenisimo relato de suspenso, crea mucha expectativa; que miedito las tijeras, uy, me corrio un escalofrio por la columna. Saludos, me alegro que tengas mucho trabajo, y un beso.
ResponderEliminarWowwwww, vaya nochecita de juerga en el bar! La rubia y el poder exótico de sus curvas, debe haber hecho que varios tuerzan el cuello para mirarla, sino miremos al resto de los protagonistas. Me gustó mucho.
ResponderEliminarSaludos para Alberto.
Espero que protito te des un tiempo para contarnos las emocionantes y jocosas anécdotas de Pompilio.
Besos y se te extraña.
Je me he divertido, leyéndote un trabajo bien logrado dando todas las perspectivas Te felicito y te mando un beso cuídate
ResponderEliminarEstupendo relato del amigo Alberto, me alegra tu acumulación de trabajo.
ResponderEliminarYo tampoco tengo apenas tiempo pero hoy he decidido tomarme un respiro y visitar a mis viejos amigos bloger.
¡Un fuerte abrazo Sheol!
Hola Sheol, buenas noches,
ResponderEliminarantes que nada, que no tengas tiempo por trabajo... es bueno!
y luego,
excelente, al leerlo te va metiendo dentro de la escena.
felicitaciones a Alberto y un gran abrazo para tí
Enhorabuena por este post! Buenísimo, me ha encantado leerlo!
ResponderEliminarBesos!!
Hola Sheol lo siento tambien por no estar siempre...
ResponderEliminarTe mando un abrazo grande...
Me ha gustado el relato de Alberto.
ResponderEliminarAy! Sheol que cada vez nos queda menos tiempo para nuestras pequeñas aficiones internautas...
No te preocupes que se entiende la ausencia, vuelve cuando puedas.
un abrazo
Fabuloso, más vale tener que desear, el trabajo tal y como está el tema, no hay más remedio que padecerlo,m aunque sea en exceso.
ResponderEliminarUn abrazo
Me sacaste unas sonrisas con tu relato, me sentó bien.
ResponderEliminarsaludos
buena historia, y mejor cierre
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