Mis esperanzas de acabar cuanto antes la novela que ya pedía a gritos, literalmente hablando, mi editora, se vieron truncadas en menos
de una semana. Estaba aterrorizado, no podía apagar la luz, ni cerrar los ojos
por la noche voluntariamente, estaban ahí, en la noche, acechando, esperando su
oportunidad. Todas las noches la misma historia, la misma lucha, el mismo miedo
y los mismos protagonistas. Al despertar por las mañanas lo primero que hacia
antes de tomarme un café bien cargado y estimulante, era inspeccionar la
estancia en busca de mis enemigos, una tarea pertinaz que siempre resultaba
infructuosa. Mis torturadores nocturnos desaparecían sin rastro con los
primeros rayos de luz, dejando sus molestas huellas encima de mi cuerpo como desagradables
obsequios indeseados. Sin embargo, cada noche, en cuanto apagaba la luz volvían
a merodear muy cerca de mí, bisbiseando y preparando el noctívago asedio. En la
segunda noche de mi estancia decidí dejar encendida la pequeña lámpara de pie
que descansaba al lado de la cama, y que no volví a apagar hasta el día de mi
partida, con la esperanza de que no se me acercaran. Desafortunadamente para mí
solo se quedó en eso, en una mera esperanza, porque en el momento en que Morfeo
sellaba mis parpados, los invasores asaltaban sin piedad, con sus puntiagudas y
repelentes armas, cada trocito de mi piel. No importaba que cada noche me
envolvía de pies a la cabeza con la sabana y la gruesa manta de lana que cubrían la cama, que
me quedaba medio asfixiado, que
prácticamente me parecía más a un gigante rollo de primavera que a una persona,
ellos conseguían llevar a cabo la misión, eran buenos y dedicados soldados.
Desde que había alquilado la cabaña, con el propósito de
pasar un rato de tranquilidad lejos de bullicio de la ciudad y encontrar mi musa, que parecía haberse
perdido en lo más espeso de la frondosidad de la jungla de asfalto, mi vida se
volvió aun más insoportable que antes. Si anteriormente clamaba que era un
infierno vivir en la ciudad, ahora gritaba ahogado que el infierno era esa
maldita casa de madera. Por alguna misteriosa
razón siempre me había perseguido la mala suerte allí donde fuera. Pero esta
vez era diferente, esta vez tenía la forma de un ejército bien adiestrado de
insaciables insectos de toda clase, que en menos de una semana consiguieron
acribillar mi piel, mi paciencia y mi cordura. Desistí.
Volví a la ciudad hecho polvo, tanto psíquico como
físicamente, sin haber escrito una sola línea, pero con una conclusión hondamente
labrada en mi mente: El aire de campo será limpio y saludable, pero el cobijo
contaminado de una ciudad, lejos de cualquier visitante nocturno con más de 2
patas para algunos es insustituible. Me puse a escribir endemoniado, sin apenas
salir de casa, subsistiendo a base de
conservas y tele-comida-basura y después de dos meses sin abandonar mi estudio,
con el maravilloso sonido de los martillos percutantes agujereando las calles
como melodía de fondo, conseguí terminar mi novela. “7 noches en el campo” se
convirtió enseguida, contra todo
pronóstico en un Best Seller y en poco tiempo en exitosa película. Estaba
jubiloso y satisfecho porque definitivamente, después de tanto tiempo y por un
módico precio que aun marcaba esporádicamente mi piel, mi tan desafortunada
fortuna se había quedado presa de la infernal cabaña. Con la fama a mis espaldas y con el dinero
inflando mi cuenta bancaria los agentes inmobiliarios no tardaron en llamar a
mi puerta proponiéndome adquirir a precios envidiables grandes y maravillosas
fincas a las afueras de la capital. Yo les escuchaba, les sonreía y les
rechazaba respetuosamente consciente de que nunca y para nada en el mundo
cambiaria el ruido, la polución, el asfalto y el hormigón de mi querido Madrid.
Encantador relato, como siempre! Es un placer pasear por sus líneas.
ResponderEliminarSaludos húmedos de verano...
Como enamorada de Madrid, te puedo comprender y meterme en tu bonito relato. Son los sonidos familiares y amigos, el olor y hasta las pequeñas molestias cotidianas las que nos devuelven nuestro propio yo.
ResponderEliminarAunque, de vez en cuando, es conveniente aparterse y mirar las cosas desde otra perspectiba.
Buen fin de semana S.
..¡PERDÓN!!!
ResponderEliminarPerspectiva..
:D :D
Un placer haber tomado contacto con tus enemigos :)
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un beso.
Es un relato precioso, quizás porque acabo de volver de Madrid y ya lo añoro otra vez.
ResponderEliminarUn beso
¡Me ha gustado mucho este relato! Bien definido ese preámbulo irascible de este personaje perdido en el campo, que no encuentra su musa, que no logra enlazar una línea con otra. Después ese giro sorprendente que torna sus sueños de escritor en un best-seller. ¡Felicidades! Por cierto, el relato de "La novia de la penúmbra", que como bien señalas tiene esta vez un tono más oscuro de lo normal, es una colaboración mutua de la narrativa fusionada de mi buena amiga Mariam con la mía, es un artículo con dos mentes creativas unidas para un mismo fin. Espero que lo hayas disfrutado. Saludos
ResponderEliminarGracias, mira que escribes la mar de bien, siempre tan ameno,
ResponderEliminarEspero que cuando se publique mi libro seas uno de los primeros en leerlo
Te dejo un beso de Navidad
Sor. Cecilia
Muy interesante, aunque yo me quedo en mi campo, aquí estoy muy bien. Madrid esta bien pero demasiado estresante para mi.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Sheol.
ResponderEliminarComo se nota que no eres hombre de campo je,je,je. Yo tampoco.
Me gusta la naturaleza un montón y me escapo siempre que puedo a disfrutar de sus encantos y algunas incomodidades pero, eso sí, cada bichejo, (sobre todo esos pequeños de tantas patas)con su pareja y en su territorio sin que se acerquen demasiado.
Un abrazo.
¡¡Felices Fiestas!!
Un relato como todos los tuyos, un poco oscuro al principio, muy entretenido y aunque un poco mas largo que los anteriores, muy ameno. Me ha encantado, he disfrutado con cada palabra. Besos.
ResponderEliminarEs bueno descubrir donde quiere estar uno en realidad, aunque sea a base de picotazos.
ResponderEliminarEstupendo relato Sheol.
Un abrazo amigo. Que tengas una semana formidable.
Algamarina, gracias por tus halagadoras palabras.
ResponderEliminarCandela, a veces hay que desconectar, estoy de acuerdo contigo.
Sakkarah, esos amigos mejor no tenerlos.
Mientrasleo, si te gusta Madrid entenderás porque le quiero.
Victor, la musa no siempre viene vestida de blanco. Tu relato en colaboración con Mariam, excelente.
Sor Cecilia, yo también espero y me alegra que te haya gustado.
Pedro, te entiendo perfectamente, cada uno ama a lo que está acostumbrado.
Apu, a mi también me encanta la naturaleza y creo que muchas se vio reflejado en muchos de mis post, pero solo para pasar unos cuantos días y dormir bajo techos de 4 o 5 estrellas, mira que no pido mucho.
Cris, si has disfrutado con el, para mi es un gran halago.
Gerardo, a veces descubres tu sitio de las maneras mas absurdas.
Gracias a todos por venir y comentar. Un fuerte abrazo.
Un relato genial donde el autor busca su musa en un medio limpio de ruidos, pero al final esa musa llega enmedio de la polusiòn y el ruido, estas musas son muy caprichosas..
ResponderEliminarTe deseo un pròximo año lleno de paz, salud, tolerancia y trabajo....Feliz Navidad.
fus
Que el sonido melodioso de las campanas vienen los verdaderos deseos de aquellos que todavía creen en el amor al prójimo y trae paz a ti y su familia. muchos deseos para una Feliz Navidad.
ResponderEliminarUn abrazo con mucho cariño..
Muy bueno, la verdad es que la ciudad engancha, yo soy de campo y he pasado largo tiempo en ciudad, y la echo de menos. Saludos.
ResponderEliminarFus, la vida es así de caprichosa.
ResponderEliminarLuna, muchas gracias e igualmente para ti y mucho mas.
B.Art, a algunos menos a otros mas.
Gracias por venir y comentar. Un abrazo.
Lo mejor del campo, Sheol, es contar y cantar sus bondades...desde la civilización. ¡Un gran relato!.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Hola Sheol! Me alegro que te haya gustado el relato. Felices fiestas y gracias por compartirlo en Facebook y Twitter, si lo lee más gente mejor. Saludos
ResponderEliminarSheol me ha encantado...Es una delicia leer tus relatos.
ResponderEliminarMe gusta mucho el fondo navideño.
Un abrazo.
Sheol, he disfrutado mucho de tu relato y me he identificado mucho con él, ya que como Madrid nada jejeje, el campo es perfecto para pequeñas escapadas y disfrutar de la naturaleza, pero sólo para cargar baterias de vez en cuando, para vivir necesito el asfalto y todo lo que ofrece una gran ciudad. ¡Muchos besos y abrazos y que tengas una Feliz Navidad!
ResponderEliminarEl campo, la playa, la ciudad, todo tiene su encanto y todo tiene su momento... creo que más bien se trata de eso, de su momento
ResponderEliminarJavir, el campo es algo necesario.
ResponderEliminarVictor, me ha encantado.
Elena, eres muy amable.
Nieves, te pasa exactamente lo que a mi.
Alejandra, efectivamente todo tiene su encanto solo hay que descubrirlo.
Gracias por visitarme y por comentar. Un fuerte abrazo.
Un relato muy bonito amigo....
ResponderEliminarAunque se pierdan otras cosas a lo largo de los años, mantengamos la Navidad como algo único, felices fiestas mi niño y mis mejores deseos para ti y toda tu familia miles de besos.
Bueno, yo no vivo en Madrid, pero igual me quedo en mi ciudad. No envidio mucho aquella calma del campo, ni el aire (y con lo que fumo.... XDD!!!!)
ResponderEliminarUn placer leerte una vez más.
Y...
Paz y amor para ti, que siga bien el trabajo y te dejo un súper fuerte abrazo desde Perú!
Bonito relato, la musa no es más que la cotidianidad donde nos nutrimos de historias que deben ser contadas. Alejarnos de nuestro dia a dia, es también alejarnos de nuestra propia imaginación.
ResponderEliminarUn saludo.
Orquidea, gracias por tus buenos deseos.
ResponderEliminarSweet, como siempre eres muy sweet y tienes razón, hay ratones de campo y ratones de ciudad.
Mariam, nuestro día a día muchas veces es nuestra propia musa.
Gracias por vuestras palabras y visita. Un fuerte abrazo.