"Las extrañas e inquietantes experiencias de Pompilio"
Se cumplía un año desde que estaba parado. Llegó a casa
más desmoralizado todavía de cómo había salido esa mañana. Con la cartilla del
paro cambiada, pero ahora con fecha de caducidad se sentía más miserable que
nunca. La gente que se encontró en la cola del paro parecían tener todos las
misma similitudes de compostura que él: mirada preocupada, sonrisa triste, ceño
fruncido y hombros caídos. Sin embargo, debería sentirse dichoso, otros habían
agotado ya cualquier ayuda social mientras que a él, le quedaba cobrar todavía
un año más. ¿Pero cómo podía sentirse alguien afortunado, cuando en 365 días
solo le habían llamado de tres empresas para entrevistarle, de más de 300 por
toda la Comunidad de Madrid que habían recibido, supuestamente, su currículo? Eso desmoralizaría hasta a
Leibnitz, echando por tierra su visión sobre nuestro mundo:” El mejor de los
mundos”. O puede que no, definitivamente hay personas que llevan mejor que
otras las malas rachas, la miseria y la falta de oportunidades.
Desgraciadamente, su optimismo se iba desvaneciendo poco a poco, dejando en su
lugar una densa e inescrutable niebla de incertidumbre. De camino a casa, el
único pensamiento que rondaba en su cabeza era la fecha límite de la flamante y
ultima cartilla que acababa de recibir. No le animó ni los intentos de
alentamiento de Belle, al abrir la puerta de su piso, que no paraba de saltar a
su alrededor, ladrando alegre. Se quitó las chanclas en el hall de la entrada,
y con el perro pisándole los talones, se encaminó hacia la habitación de
música, como solía llamarla, donde guardaba la guitarra y el órgano. Se quedó
un momento en la puerta indeciso, luego se acercó al órgano, le encendió y
empezó a tocar la maravillosa combinación de notas de Für Elise. Tocar y cantar
era como una terapia para él, y encima no le costaba nada, pero cada vez
resultaba menos eficaz, lo que antes conseguía ahuyentar parte de los problemas
que le consumían, ahora, solo los alejaba lo justo para poder volver enseguida y
más afilados. En cuanto empezó a tocar, al son de las notas, su fiel amigo
caracoleó tres veces y se tumbó a sus pies. Se tiró tocando un par de horas,
alternando partituras clásicas con actuales, hasta que el hambre empezó a
hacerle cosquillas en el estómago. Pompilio, apagó el instrumento y se marchó a
la cocina. Abrió la nevera para comprobar si le faltaba algo, luego le colocó
el arnés y la correa a Belle y salieron a comprar el pan. Hoy no gozaba del
humor necesario para jugar con el chucho, así que se limitó en comprar pan en
el chino de la esquina, esperó que el perro hiciera sus necesidades
fisiológicas y enseguida volvió a subir al piso. Afortunadamente, pudo evitar a
Puri también, a la que había visto salir del portal justo cuando daba la vuelta
a la esquina, quedándose quieto unos segundos hasta que la mujer se había
alejado lo bastante para aminorar el riesgo de divisarle. Si le hubiera pillado
en ese estado, habría insistido en que comiera en su casa, hablar con ella y
desahogar sus penas, y definitivamente no se hubiera conformado con un no por
respuesta. Buena mujer, pero un ambulante molino roto, que en vez de escucharte
te daba las noticias bien detalladas de lo que había ocurrido en los últimos
días en el barrio o de lo que estaba a punto de suceder. No quería faltarle al
respeto después de todo lo que había hecho por él, así que pensó que lo mejor sería
evitarla unos días hasta que el “efecto cartilla del paro” perdiera frescura.
Ya en casa, guardó el arnés y la correa en el armario de la entrada, preparó unos
huevos fritos con cebolla, tampoco tenía ganas de cocinar, llenó el cuenco
metálico de Belle con pienso y se trasladó al salón con su plato y un gran
trozo de pan en una mano y con el cuenco
del perro en la otra.
-Hoy comemos juntos, - le dijo. -Pero no te acostumbres, -añadió mirando con cariño
a su amigo que se limitó a mover la cola y a lamerse el hocico.
Encendió la tele y comieron los dos, uno con ganas y otro
con menos, uno pidiendo suplemento al acabar y el otro casi sin poder con sus
huevos. Sin embargo, su obsesión por la
limpieza no le abandonaba aunque se derrumbara el cielo, y cuando acabó
de comer se dirigió a la cocina, fregó bien los platos, la sartén y los
cubiertos que había utilizado para preparar la comida, luego volvió con la
aspiradora de mano que pasó sobre la mesa eliminado las posibles migas de pan
que podrían haberse extraviado, para acabar aspirando esmeradamente todo el
salón, vigilado en todo momento por los atentos ojos del can, que se había
acomodado en el sillón. Guardó la aspiradora, apagó la tele y encendió el
portátil. Se tiró toda la tarde buscando ofertas de empleo por la red. No había
mucha oferta, en cambio, había mucha demanda, gente como él, desesperada, sola,
anunciando a los cuatro vientos su disponibilidad inmediata. Lo único que
reconfortaba un poco sus penas era el hecho de que nadie dependía de él salvo
él mismo... y el perro. Después del divorcio y después de perder su trabajo la
soledad le acechaba de cerca y continuamente, si no tuviera a Belle, y ¿por qué
negarlo? a sus dos amigas, Puri y Andreea, posiblemente hace ya mucho que se
habría vuelto majareta. Después de cuatro horas de búsquedas poco fructíferas,
apagó el portátil. El clic de la pantalla sobre el teclado hizo que Belle
levantara la cabeza. No se había movido de su sitio en todo este tiempo, solo
había alzado de vez en cuando el morrito al escuchar algún sonido ajeno al
piso. Se bajó del sillón, se estiró largo y tendido, se sacudió la pereza y con
más alegría a que nunca se encaminó hacia la puerta de la entrada
lloriqueándole a su dueño que le sacara a pasear.
-¡Ya voy! -le espetó Pompilio.
Esta vez se llevó la pelota de tenis acordándole más tiempo
a su amigo que al mediodía. Luego subieron, cenaron y antes de las ocho de la
tarde Pompilio ya estaba empezando a preparar el dormitorio para acostarse,
quitar la colcha, golpear las almohadas y abrir la ventana. No le gustaba
dormir en el sofá, otros celibatos lo hacían sin duda, pero él no era como
otros, él tenía ciertas reglas, más bien obsesiones sin las cuales no podía
vivir. Solía prepararse la cama con antelación, y cuando Morfeo empezaba a
acariciarle los parpados, solo restaba apagar la tele, recorrer los pocos
metros que separaban el salón del dormitorio, bajar la persiana y acostarse.
Pero esta vez, al abrir la ventana algo interfirió en el orden de sus manías. A
lo lejos, en el parque que el ayuntamiento había inaugurado hace tan solo una
semana, algo le llamó la atención. No era nada inusual, si no fuera por el
color rojo intenso de su vestimenta, nunca se habría fijado en esa silueta
encorvada, sentada en uno de los bancos recién estrenados del parque. Parecía
llorar o pensar o vomitar o simplemente descansar. Se la quedó mirando un buen
rato, esperando que se moviera, que hiciera algo. No ocurrió nada, así que
decidió dejar de espiar a la gente y siguió con sus tareas. En menos de cuatro
minutos ya estaba sentado en el sofá haciendo zapping, acompañado por su fiel
amigo que descansaba su cabeza sobre el regazo de su dueño. El día había pasado
igual que casi todos los anteriores, monótona sin ningún acontecimiento que
alterara su rutina. Se decidió por el doble capitulo de una serie en boga y
luego para rematar la faena optó por una mala película de acción que a la media
hora haría inconscientemente efecto sobre sus parpados, bajándolos despacio.
Pompilio apagó la tele, y animal y amo se desplazaron somnolientos al
dormitorio. Cuando se dispuso a bajar la persiana sus ojos se dirigieron otra
vez, instintivamente hacia la figura de rojo del parque, iluminada por la
farola que escoltaba el banco. Seguía en la misma postura, triste, pensativa y
decaída, inclinada hacia adelante. Un escalofrió le estremeció de los pies a la
cabeza. A esa persona definitivamente le pasaba algo. ¡Estaba muerta! Su
particular fatalismo se adueñó de su cerebro que enseguida comenzó a trabajar
aceleradamente en las hipótesis de lo que podía haber ocurrido. Un pescuezo
rajado, un corazón atravesado o simplemente una sobredosis o un infarto pudieron
acabar con la vida con esa persona. El lloriqueo de Belle, reclamando su sitio
en la ventana, le sacó del trance.
-Ven, sube, -le dijo mientras le hacía sitio. El perro se
levantó sobre las patas traseras posando las delanteras sobre el marco de la
venta.
-¿Qué te parece, no acercamos para ver qué pasa?
El perro le miró interesado ladeando la cabeza. El gesto le
hizo recordar la última vez que metió la pata basándose en sus fantasiosas
teorías. Recapacitó, bajó la persiana y se metió en la cama. Belle le siguió y
se instaló como de costumbre a sus pies, hecho un caracol. Sin embargo, su
amigo Morfeo se había esfumando dejando como sustituto un gran signo de
interrogación que mantenía sus parpados bien abiertos. Como empujado por un
resorte, se levantó de la cama y subió la persiana. Belle se sobresaltó
soltando una especie de ladrido sin moverse de su sitio.
-¿Qué hacemos amigo? ¿Llamamos a la policía o nos acercamos
primero, por si acaso?- preguntó girándose hacia el perro.
Miró el reloj electrónico que descansaba sobre la mesita de
noche, y con convencimiento se quitó el pijama y se puso rápidamente un
chándal. Con la velocidad de un águila real cazando se dirigió hacia la puerta
de la entrada, la abrió, encendió la luz de la escalera y posó el dedo sobre el
timbre de la puerta de enfrente. Insistió, pero en vano, Andreea no estaba o no
quería abrirle. Puri estaría dormida ya sin duda, no estaba seguro si quería
molestarla, pero eso era un asunto de vida y muerte y antes de hacer nada tenía
que consultarlo con alguien. Con el riesgo de recibir dos ostias bien
merecidas, Pompilio bajó las dos plantas que le separaban de su vecina, y sin
cavilar, llamó dos veces seguidas al timbre del piso de Purificación. La mujer
no tardó en abrir la puerta recibiendo a su vecino con los ojos medio pegados y
con cara de pocos amigos.
-¿Qué quieres? -le espetó con voz ronca.
-Perdóname, por favor, pero ha ocurrido algo y no consigo
dar con Andreea.
-No consigues dar con ella,
porque no está. Se ha ido a Barcelona para solucionar un problema
personal.
-Vaya... -dijo pensativo Pompilio. -Puri, necesito tu
consejo, -prosiguió. Hay una persona sentada en un banco en el parque de
enfrente, que lleva sin moverse de sitio desde las 8 de la tarde o incluso
antes. Pienso que le ha pasado algo malo. Pero no me atrevo a hacer nada,
porque como diría Andreea “seguro que es otra de mis tonterías”.
-Estoy convencida de que lo es, -le contestó la mujer con
voz burlona. -Lo único que te sacaría de dudas seria acercarte y comprobarlo tú
mismo.
-¿Solo?
-Sí.
-No piensas acompañarme, la preguntó incrédulo.
-Claro que no.
-Pero, si a ti te interesa todo lo que pasa en el barrio,
intentó persuadirla Pompilio.
-Primero tiene que pasar algo ¿no? Conociéndote seguro que
si te acompaño, tendré que lidiar yo solita con el asunto. Es hora de que dejes
a un lado tus penas, tus desgracias y tus miedos y coger de una vez el toro por
los cuernos ¿No lo crees? Nadie puede solucionar tus problemas aparte de ti. Ve
y soluciona el asunto tu solito, sin la incondicional ayuda de Andreea y sin la
mía. Luego me buscas y me cuentas que es lo que ha pasado, -diciendo eso, con
un suspiro, le cerró la puerta en las narices.
Pompilio se quedó petrificado, el sermón le había pillado
desprevenido, golpeándole fuerte e inesperado. Desgraciadamente, todo lo que le
había dicho Puri no era otra cosa que la cruda realidad, su realidad que
tozudamente se negaba a aceptar. Sus actos solo era una manera infantil de
llamar la atención de las personas que no necesitaban estímulo alguno para
probar su interés y amistad hacia él. Sin embargo, no lo podía evitar, se había
convertido en una especie de gesto reflejo. Con las palabras de Puri frescas en
su cabeza, mecánicamente subió hasta su piso, cogió a Belle y bajó a la calle.
Orientó sus inseguros pasos hacia el parque, mirando al vació, rebuscando en el
pasado indicios que pudieran elucidar donde y como había perdido su buen
carácter. Belle caminaba a su lado tranquilo, sin tirones, sin pararse a
olisquear, parecía igual de abatido que su dueño, o lo más probable desconcertado
por el tan tardío paseo. Había poca
gente por las calles, la mayoría jóvenes despreocupados por el día de mañana.
Pompilio no tardó mucho en llegar al parque, ya podía divisar entre las ramas
de un joven pino recién plantado, el rojo de la prenda que abrigaba a la
misteriosa figura. Pensó que lo mejor sería acercarse por delante, para no
asustarla, en el caso de que solo estaba durmiendo o descansando, así que
desvió sus pasos, realizando un pequeño rodeo para posarse a tan 20 pasos
delante del gran enigma. Se acercó sigilosamente, mirando con desconfianza
cuando a la derecha cuando a la izquierda. El parque estaba vació, solo estaba
él, el perro y la figura que tenía delante. La luz tampoco le ayudaba mucho, no
podía distinguir bien si se trataba de una mujer o un hombre, puesto que la
postura que tenia, hacía que toda la partera posterior de su cuerpo se quedara
en la sombra.
-¿Oiga? -preguntó y se sobresaltó al mismo tiempo,
sorprendido de su propio todo de voz, incomprensiblemente seguro.
Cuando estuvo lo bastante cerca, soltó la presión de la
correa extensible que mantenía al can cerca de él, con la esperanza de que su
amigo se acercara al banco. Belle se acercó al banco olisqueando el camino
hasta allí, olisqueo también alrededor del banco pero sin prestarle atención a
la persona que seguía sentada en el banco, inmóvil como una estatua. Viendo la
falta de interés del chucho hacia la silueta de rojo, Pompilio, con el corazón
en la garganta, recogió la correa con rapidez hasta que su amigo volvió a su
sitio, bien pegado a su pierna. Ya podía distinguir las piernas del mismo color
oscuro que la falda que las cubría hasta las rodillas y encima de ellas,
descansaban los codos. Con cada paso, se esclarecía más el misterio, y cuando
por fin llegó a su lado, le sonrió triste y se sentó a su vera en el banco. En
las manos, la mujer sostenía un gran libro abierto del mismo material
ennegrecido del que estaba hecha toda su figura. A sus pies había una tabla de
bronce empotrada en una especie de bloque de piedra que decía: “Mujer leyendo”
y debajo el autor de la escultura. La risa tonta se apoderó de las mandíbulas
de Pompilio y solo le abandonó cuando en su casa, en su cama, por fin consiguió
dormirse. Pero antes de abandonar a la “Mujer leyendo” le quitó la sudadera
color rojo que algún bromista se la había colocado aposta o algún despistado se
la había dejado para que la abrigara, y la tiró al próximo contenedor que se
encontró.
Hola a tod@s. Ya sé, es una entrada larga, demasiado, pero ya saben que odio partir los relatos. Para los que llegaran a leer la vuelta de Pompilio quiero comunicaros que los dibujos pertenecen a mi amiga bloguera Ale. Es mi primera colaboración y también la suya, así que, ansiosos esperamos vuestros comentarios. Un abrazo.
ResponderEliminarPues te iba a preguntar de quién eran las ilustraciones porque me han gustado mucho. Me imaginaba a Pompilio como más mayor... Qué cosas le pasan al pobre. Le da muchas vueltas al coco ¿no? Jajaja. Un beso y esto encantada con la vuelta de Pompilio.
ResponderEliminarMe tarde un poquito en comentar, pero te quedo genial, las supiste colocar muy bien con el texto :D
ResponderEliminarMi Álter Ego gracias, yo soy la autora de las ilustraciones, un trabajo bastante divertido ;)
Vaya susto que se llevó Pompilio. Impredecible y muy simpático el final de esta historia... y excelentemente ilustrada por Ale. :)
ResponderEliminar¡Hola Sheol y Ale! una historia muy entretenida y original, sobre un tema muy mundano y actual, como el desempleo. Está narrado con mucha soltura, cercanía y frescura. Me gusta cómo introducís ese momento de misterio para volver a la cruda realidad del tiempo, zapping, desespero, gente en la misma situación. Una historia verosímil y actual. Me ha gustado, es fresca y amena. Buen fin de semana
ResponderEliminarHola Sheol.
ResponderEliminarTriste historia por lo real de la situación del Pompilio, que te voy a decir que no sepas, pero salpicada de misterio con la super hazaña, jeje.
Me ha gustado, felicidades y felicidades también a la autora de los dibujos.
Un abrazo.
Yo me alegro de que no lo recortes. Me suele molestar cuando se adecúa la extensión al medio, supuestamente, y se pierden matices. Tu relato está lleno de ellos, cuando lo terminas, hasta el nombre del señor P resulta entrañable.
ResponderEliminarBesos
Las estadísticas señalan que las mujeres leen más libros que los hombres jaja, aunque sea en el parque y no lleguen los pies al suelo...
ResponderEliminarun abrazo amigo.
Por favorrrr, este cuento me tuvo con el corazon en la boca..! que susto nos pegamos Pompilio y yo, uf.
ResponderEliminarEspectacular el suspenso que le pusiste a la historia, juro que estaba esperando la confirmacion del peor final, con tanta crisis, con semejante panorama imagine cualquier cosa, amigo Sheol.
Me gusto mucho tu historia y las ilustraciones de Ale, hermosas y claras, acompañan muy bien al clima del relato.
Abrazos y que tengan un lindo domingo.
Hola Sheo, es gratísimo estar de vuelta por aquí en tu espacio. Un relato muy bien narrado, con una realidad como la que atraviesa Pompilio y todo el mundo, frente a la falta de oportunidades para el trabajo. El desempleo afecta a muchos países y creo que más aquí en Sudamérica.
ResponderEliminarGrande Pompilio.
Por otro lado felicitar a Ale, por los excelentes dibujos que engalanan esta historia.
Tienes el arte en las manos, dibujas muy bonito.
Les dejo un cálido abrazo desde Perú.
Un cuento muy realista. Me ha gustado leerlo.
ResponderEliminarUn beso!
Hola Sheol, no me pareció tan larga, me gustó y se refleja mucha realidad en esa historia tuya, de aquel o del otro. Es la vida misma, muy bien narrada
ResponderEliminarHemos ganado el primer premio de Diamante compartido con otro blog amigo mío y me siento feliz de poderlo compartir con Pepe.
te dejo un beso de ternura
Sor.Cecilia
Pues si, me ha gustado la historia aunque si me pareció un poco larga y las ilustraciones muy adecuadas,los felicito.
ResponderEliminarSaludos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Sheol.
ResponderEliminarPrimero; felicitarte, me ha encantado.
Segundo; te queria preguntar por las ilustraciones pero al leer tu comentario ya ha quedado aclarado. También van mis felicitaciones para Ale, que simpaticos todos los dibujos. Especialmente la vecina en bata, con el ceño fruncido y las zapatillas...
Claro que la sudadera también podría ser de un buen samaritano que pensaba que "la mujer leyendo" necesitaba algo de abrigo para pasar la noche :)
Un abrazo
Awwww, la historia es en verdad muy larga, pero es amena y dulce, me ha gustado. Aplaudo y celebro las ilustraciones de Ale, le dan ese sabor inocente al relato :)
ResponderEliminar¡¡Van saludos Sheol!!
Que bueno, eso le pasa por intrometido. Los dibujos son muy bonitos y con muchos detalles. Bss.
ResponderEliminarUn tema muy actual y bien tratado. Mis felicitaciones.
ResponderEliminarGracias amigo por estar a mi lado hoy toca estar contentos
ResponderEliminarEl 24 jueves, me marcho a Argentina, pero sigo con todos vosotros, voy a publicar allí mis libros
Con ternura
Sor.Cecilia
Sheol me ha encantado esta aventura, muy bien narrada y engancha totalmente!!
ResponderEliminarUn abrazo.
hl, Sheol
ResponderEliminarNo sé es fiel reflejo de la realidad, o ésta supera a la ficción.. pero en todo caso me ha encantado. Tb los dibujos, q hacen la historia más amena.
un abrazo
Buenísimo!!! No interesa cuán largo sea, es buenísimo, no se puede dejar de leer!
ResponderEliminarY hay imágenes que... "su fiel amigo caracoleó tres veces y se tumbó a sus pies" me han dejado fascinada.
Delicioso relato, Sheol.
Mis aplausos.
Me encantó la nueva aventura de Pompilio y me encantaron las ilustraciones, muy acertadas en el contexto del relato. Sois geniales los dos, Sheol y Ale, una colaboración llena de talento. Un beso muy fuerte a los dos y muchas felicidades por la gran idea,
ResponderEliminarMe ha encantado el relato y los dibujos, enhorabuena !!
ResponderEliminarUn cordial abrazo y feliz fin de semana