viernes, 11 de mayo de 2012

Misterio en el parque


"Las extrañas e inquietantes experiencias de Pompilio"

Se cumplía un año desde que estaba parado. Llegó a casa más desmoralizado todavía de cómo había salido esa mañana. Con la cartilla del paro cambiada, pero ahora con fecha de caducidad se sentía más miserable que nunca. La gente que se encontró en la cola del paro parecían tener todos las misma similitudes de compostura que él: mirada preocupada, sonrisa triste, ceño fruncido y hombros caídos. Sin embargo, debería sentirse dichoso, otros habían agotado ya cualquier ayuda social mientras que a él, le quedaba cobrar todavía un año más. ¿Pero cómo podía sentirse alguien afortunado, cuando en 365 días solo le habían llamado de tres empresas para entrevistarle, de más de 300 por toda la Comunidad de Madrid que habían recibido, supuestamente,  su currículo? Eso desmoralizaría hasta a Leibnitz, echando por tierra su visión sobre nuestro mundo:” El mejor de los mundos”. O puede que no, definitivamente hay personas que llevan mejor que otras las malas rachas, la miseria y la falta de oportunidades. Desgraciadamente, su optimismo se iba desvaneciendo poco a poco, dejando en su lugar una densa e inescrutable niebla de incertidumbre. De camino a casa, el único pensamiento que rondaba en su cabeza era la fecha límite de la flamante y ultima cartilla que acababa de recibir. No le animó ni los intentos de alentamiento de Belle, al abrir la puerta de su piso, que no paraba de saltar a su alrededor, ladrando alegre. Se quitó las chanclas en el hall de la entrada, y con el perro pisándole los talones, se encaminó hacia la habitación de música, como solía llamarla, donde guardaba la guitarra y el órgano. Se quedó un momento en la puerta indeciso, luego se acercó al órgano, le encendió y empezó a tocar la maravillosa combinación de notas de Für Elise. Tocar y cantar era como una terapia para él, y encima no le costaba nada, pero cada vez resultaba menos eficaz, lo que antes conseguía ahuyentar parte de los problemas que le consumían, ahora, solo los alejaba lo justo para poder volver enseguida y más afilados. En cuanto empezó a tocar, al son de las notas, su fiel amigo caracoleó tres veces y se tumbó a sus pies. Se tiró tocando un par de horas, alternando partituras clásicas con actuales, hasta que el hambre empezó a hacerle cosquillas en el estómago. Pompilio, apagó el instrumento y se marchó a la cocina. Abrió la nevera para comprobar si le faltaba algo, luego le colocó el arnés y la correa a Belle y salieron a comprar el pan. Hoy no gozaba del humor necesario para jugar con el chucho, así que se limitó en comprar pan en el chino de la esquina, esperó que el perro hiciera sus necesidades fisiológicas y enseguida volvió a subir al piso. Afortunadamente, pudo evitar a Puri también, a la que había visto salir del portal justo cuando daba la vuelta a la esquina, quedándose quieto unos segundos hasta que la mujer se había alejado lo bastante para aminorar el riesgo de divisarle. Si le hubiera pillado en ese estado, habría insistido en que comiera en su casa, hablar con ella y desahogar sus penas, y definitivamente no se hubiera conformado con un no por respuesta. Buena mujer, pero un ambulante molino roto, que en vez de escucharte te daba las noticias bien detalladas de lo que había ocurrido en los últimos días en el barrio o de lo que estaba a punto de suceder. No quería faltarle al respeto después de todo lo que había hecho por él, así que pensó que lo mejor sería evitarla unos días hasta que el “efecto cartilla del paro” perdiera frescura. Ya en casa, guardó el arnés y la correa en el armario de la entrada, preparó unos huevos fritos con cebolla, tampoco tenía ganas de cocinar, llenó el cuenco metálico de Belle con pienso y se trasladó al salón con su plato y un gran trozo de pan  en una mano y con el cuenco del perro en la otra.
-Hoy comemos juntos, - le dijo. -Pero  no te acostumbres, -añadió mirando con cariño a su amigo que se limitó a mover la cola y a lamerse el hocico.
Encendió la tele y comieron los dos, uno con ganas y otro con menos, uno pidiendo suplemento al acabar y el otro casi sin poder con sus huevos. Sin embargo, su obsesión por la  limpieza no le abandonaba aunque se derrumbara el cielo, y cuando acabó de comer se dirigió a la cocina, fregó bien los platos, la sartén y los cubiertos que había utilizado para preparar la comida, luego volvió con la aspiradora de mano que pasó sobre la mesa eliminado las posibles migas de pan que podrían haberse extraviado, para acabar aspirando esmeradamente todo el salón, vigilado en todo momento por los atentos ojos del can, que se había acomodado en el sillón. Guardó la aspiradora, apagó la tele y encendió el portátil. Se tiró toda la tarde buscando ofertas de empleo por la red. No había mucha oferta, en cambio, había mucha demanda, gente como él, desesperada, sola, anunciando a los cuatro vientos su disponibilidad inmediata. Lo único que reconfortaba un poco sus penas era el hecho de que nadie dependía de él salvo él mismo... y el perro. Después del divorcio y después de perder su trabajo la soledad le acechaba de cerca y continuamente, si no tuviera a Belle, y ¿por qué negarlo? a sus dos amigas, Puri y Andreea, posiblemente hace ya mucho que se habría vuelto majareta. Después de cuatro horas de búsquedas poco fructíferas, apagó el portátil. El clic de la pantalla sobre el teclado hizo que Belle levantara la cabeza. No se había movido de su sitio en todo este tiempo, solo había alzado de vez en cuando el morrito al escuchar algún sonido ajeno al piso. Se bajó del sillón, se estiró largo y tendido, se sacudió la pereza y con más alegría a que nunca se encaminó hacia la puerta de la entrada lloriqueándole a su dueño que le sacara a pasear.
-¡Ya voy! -le espetó Pompilio.
Esta vez se llevó la pelota de tenis acordándole más tiempo a su amigo que al mediodía. Luego subieron, cenaron y antes de las ocho de la tarde Pompilio ya estaba empezando a preparar el dormitorio para acostarse, quitar la colcha, golpear las almohadas y abrir la ventana. No le gustaba dormir en el sofá, otros celibatos lo hacían sin duda, pero él no era como otros, él tenía ciertas reglas, más bien obsesiones sin las cuales no podía vivir. Solía prepararse la cama con antelación, y cuando Morfeo empezaba a acariciarle los parpados, solo restaba apagar la tele, recorrer los pocos metros que separaban el salón del dormitorio, bajar la persiana y acostarse. 
Pero esta vez, al abrir la ventana algo interfirió en el orden de sus manías. A lo lejos, en el parque que el ayuntamiento había inaugurado hace tan solo una semana, algo le llamó la atención. No era nada inusual, si no fuera por el color rojo intenso de su vestimenta, nunca se habría fijado en esa silueta encorvada, sentada en uno de los bancos recién estrenados del parque. Parecía llorar o pensar o vomitar o simplemente descansar. Se la quedó mirando un buen rato, esperando que se moviera, que hiciera algo. No ocurrió nada, así que decidió dejar de espiar a la gente y siguió con sus tareas. En menos de cuatro minutos ya estaba sentado en el sofá haciendo zapping, acompañado por su fiel amigo que descansaba su cabeza sobre el regazo de su dueño. El día había pasado igual que casi todos los anteriores, monótona sin ningún acontecimiento que alterara su rutina. Se decidió por el doble capitulo de una serie en boga y luego para rematar la faena optó por una mala película de acción que a la media hora haría inconscientemente efecto sobre sus parpados, bajándolos despacio. Pompilio apagó la tele, y animal y amo se desplazaron somnolientos al dormitorio. Cuando se dispuso a bajar la persiana sus ojos se dirigieron otra vez, instintivamente hacia la figura de rojo del parque, iluminada por la farola que escoltaba el banco. Seguía en la misma postura, triste, pensativa y decaída, inclinada hacia adelante. Un escalofrió le estremeció de los pies a la cabeza. A esa persona definitivamente le pasaba algo. ¡Estaba muerta! Su particular fatalismo se adueñó de su cerebro que enseguida comenzó a trabajar aceleradamente en las hipótesis de lo que podía haber ocurrido. Un pescuezo rajado, un corazón atravesado o simplemente una sobredosis o un infarto pudieron acabar con la vida con esa persona. El lloriqueo de Belle, reclamando su sitio en la ventana, le sacó del trance.
-Ven, sube, -le dijo mientras le hacía sitio. El perro se levantó sobre las patas traseras posando las delanteras sobre el marco de la venta.
-¿Qué te parece, no acercamos para ver qué pasa?
El perro le miró interesado ladeando la cabeza. El gesto le hizo recordar la última vez que metió la pata basándose en sus fantasiosas teorías. Recapacitó, bajó la persiana y se metió en la cama. Belle le siguió y se instaló como de costumbre a sus pies, hecho un caracol. Sin embargo, su amigo Morfeo se había esfumando dejando como sustituto un gran signo de interrogación que mantenía sus parpados bien abiertos. Como empujado por un resorte, se levantó de la cama y subió la persiana. Belle se sobresaltó soltando una especie de ladrido sin moverse de su sitio.
-¿Qué hacemos amigo? ¿Llamamos a la policía o nos acercamos primero, por si acaso?- preguntó girándose hacia el perro.
Miró el reloj electrónico que descansaba sobre la mesita de noche, y con convencimiento se quitó el pijama y se puso rápidamente un chándal. Con la velocidad de un águila real cazando se dirigió hacia la puerta de la entrada, la abrió, encendió la luz de la escalera y posó el dedo sobre el timbre de la puerta de enfrente. Insistió, pero en vano, Andreea no estaba o no quería abrirle. Puri estaría dormida ya sin duda, no estaba seguro si quería molestarla, pero eso era un asunto de vida y muerte y antes de hacer nada tenía que consultarlo con alguien. Con el riesgo de recibir dos ostias bien merecidas, Pompilio bajó las dos plantas que le separaban de su vecina, y sin cavilar, llamó dos veces seguidas al timbre del piso de Purificación. La mujer no tardó en abrir la puerta recibiendo a su vecino con los ojos medio pegados y con cara de pocos amigos.
-¿Qué quieres? -le espetó con voz ronca.
-Perdóname, por favor, pero ha ocurrido algo y no consigo dar con Andreea.
-No consigues dar con ella,  porque no está. Se ha ido a Barcelona para solucionar un problema personal.
-Vaya... -dijo pensativo Pompilio. -Puri, necesito tu consejo, -prosiguió. Hay una persona sentada en un banco en el parque de enfrente, que lleva sin moverse de sitio desde las 8 de la tarde o incluso antes. Pienso que le ha pasado algo malo. Pero no me atrevo a hacer nada, porque como diría Andreea “seguro que es otra de mis tonterías”.
-Estoy convencida de que lo es, -le contestó la mujer con voz burlona. -Lo único que te sacaría de dudas seria acercarte y comprobarlo tú mismo.
-¿Solo?
-Sí.
-No piensas acompañarme, la preguntó incrédulo.
-Claro que no.
-Pero, si a ti te interesa todo lo que pasa en el barrio, intentó persuadirla Pompilio.
-Primero tiene que pasar algo ¿no? Conociéndote seguro que si te acompaño, tendré que lidiar yo solita con el asunto. Es hora de que dejes a un lado tus penas, tus desgracias y tus miedos y coger de una vez el toro por los cuernos ¿No lo crees? Nadie puede solucionar tus problemas aparte de ti. Ve y soluciona el asunto tu solito, sin la incondicional ayuda de Andreea y sin la mía. Luego me buscas y me cuentas que es lo que ha pasado, -diciendo eso, con un suspiro, le cerró la puerta en las narices.
Pompilio se quedó petrificado, el sermón le había pillado desprevenido, golpeándole fuerte e inesperado. Desgraciadamente, todo lo que le había dicho Puri no era otra cosa que la cruda realidad, su realidad que tozudamente se negaba a aceptar. Sus actos solo era una manera infantil de llamar la atención de las personas que no necesitaban estímulo alguno para probar su interés y amistad hacia él. Sin embargo, no lo podía evitar, se había convertido en una especie de gesto reflejo. Con las palabras de Puri frescas en su cabeza, mecánicamente subió hasta su piso, cogió a Belle y bajó a la calle. Orientó sus inseguros pasos hacia el parque, mirando al vació, rebuscando en el pasado indicios que pudieran elucidar donde y como había perdido su buen carácter. Belle caminaba a su lado tranquilo, sin tirones, sin pararse a olisquear, parecía igual de abatido que su dueño, o lo más probable desconcertado por el tan tardío paseo.  Había poca gente por las calles, la mayoría jóvenes despreocupados por el día de mañana. Pompilio no tardó mucho en llegar al parque, ya podía divisar entre las ramas de un joven pino recién plantado, el rojo de la prenda que abrigaba a la misteriosa figura. Pensó que lo mejor sería acercarse por delante, para no asustarla, en el caso de que solo estaba durmiendo o descansando, así que desvió sus pasos, realizando un pequeño rodeo para posarse a tan 20 pasos delante del gran enigma. Se acercó sigilosamente, mirando con desconfianza cuando a la derecha cuando a la izquierda. El parque estaba vació, solo estaba él, el perro y la figura que tenía delante. La luz tampoco le ayudaba mucho, no podía distinguir bien si se trataba de una mujer o un hombre, puesto que la postura que tenia, hacía que toda la partera posterior de su cuerpo se quedara en la sombra.
-¿Oiga? -preguntó y se sobresaltó al mismo tiempo, sorprendido de su propio todo de voz, incomprensiblemente seguro.
Cuando estuvo lo bastante cerca, soltó la presión de la correa extensible que mantenía al can cerca de él, con la esperanza de que su amigo se acercara al banco. Belle se acercó al banco olisqueando el camino hasta allí, olisqueo también alrededor del banco pero sin prestarle atención a la persona que seguía sentada en el banco, inmóvil como una estatua. Viendo la falta de interés del chucho hacia la silueta de rojo, Pompilio, con el corazón en la garganta, recogió la correa con rapidez hasta que su amigo volvió a su sitio, bien pegado a su pierna. Ya podía distinguir las piernas del mismo color oscuro que la falda que las cubría hasta las rodillas y encima de ellas, descansaban los codos. Con cada paso, se esclarecía más el misterio, y cuando por fin llegó a su lado, le sonrió triste y se sentó a su vera en el banco. En las manos, la mujer sostenía un gran libro abierto del mismo material ennegrecido del que estaba hecha toda su figura. A sus pies había una tabla de bronce empotrada en una especie de bloque de piedra que decía: “Mujer leyendo” y debajo el autor de la escultura. La risa tonta se apoderó de las mandíbulas de Pompilio y solo le abandonó cuando en su casa, en su cama, por fin consiguió dormirse. Pero antes de abandonar a la “Mujer leyendo” le quitó la sudadera color rojo que algún bromista se la había colocado aposta o algún despistado se la había dejado para que la abrigara, y la tiró al próximo contenedor que se encontró.


24 comentarios:

  1. Hola a tod@s. Ya sé, es una entrada larga, demasiado, pero ya saben que odio partir los relatos. Para los que llegaran a leer la vuelta de Pompilio quiero comunicaros que los dibujos pertenecen a mi amiga bloguera Ale. Es mi primera colaboración y también la suya, así que, ansiosos esperamos vuestros comentarios. Un abrazo.

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  2. Pues te iba a preguntar de quién eran las ilustraciones porque me han gustado mucho. Me imaginaba a Pompilio como más mayor... Qué cosas le pasan al pobre. Le da muchas vueltas al coco ¿no? Jajaja. Un beso y esto encantada con la vuelta de Pompilio.

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  3. Me tarde un poquito en comentar, pero te quedo genial, las supiste colocar muy bien con el texto :D

    Mi Álter Ego gracias, yo soy la autora de las ilustraciones, un trabajo bastante divertido ;)

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  4. Vaya susto que se llevó Pompilio. Impredecible y muy simpático el final de esta historia... y excelentemente ilustrada por Ale. :)

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  5. ¡Hola Sheol y Ale! una historia muy entretenida y original, sobre un tema muy mundano y actual, como el desempleo. Está narrado con mucha soltura, cercanía y frescura. Me gusta cómo introducís ese momento de misterio para volver a la cruda realidad del tiempo, zapping, desespero, gente en la misma situación. Una historia verosímil y actual. Me ha gustado, es fresca y amena. Buen fin de semana

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  6. Hola Sheol.
    Triste historia por lo real de la situación del Pompilio, que te voy a decir que no sepas, pero salpicada de misterio con la super hazaña, jeje.

    Me ha gustado, felicidades y felicidades también a la autora de los dibujos.

    Un abrazo.

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  7. Yo me alegro de que no lo recortes. Me suele molestar cuando se adecúa la extensión al medio, supuestamente, y se pierden matices. Tu relato está lleno de ellos, cuando lo terminas, hasta el nombre del señor P resulta entrañable.
    Besos

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  8. Las estadísticas señalan que las mujeres leen más libros que los hombres jaja, aunque sea en el parque y no lleguen los pies al suelo...

    un abrazo amigo.

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  9. Por favorrrr, este cuento me tuvo con el corazon en la boca..! que susto nos pegamos Pompilio y yo, uf.
    Espectacular el suspenso que le pusiste a la historia, juro que estaba esperando la confirmacion del peor final, con tanta crisis, con semejante panorama imagine cualquier cosa, amigo Sheol.
    Me gusto mucho tu historia y las ilustraciones de Ale, hermosas y claras, acompañan muy bien al clima del relato.
    Abrazos y que tengan un lindo domingo.

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  10. Hola Sheo, es gratísimo estar de vuelta por aquí en tu espacio. Un relato muy bien narrado, con una realidad como la que atraviesa Pompilio y todo el mundo, frente a la falta de oportunidades para el trabajo. El desempleo afecta a muchos países y creo que más aquí en Sudamérica.
    Grande Pompilio.
    Por otro lado felicitar a Ale, por los excelentes dibujos que engalanan esta historia.
    Tienes el arte en las manos, dibujas muy bonito.
    Les dejo un cálido abrazo desde Perú.

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  11. Un cuento muy realista. Me ha gustado leerlo.

    Un beso!

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  12. Hola Sheol, no me pareció tan larga, me gustó y se refleja mucha realidad en esa historia tuya, de aquel o del otro. Es la vida misma, muy bien narrada
    Hemos ganado el primer premio de Diamante compartido con otro blog amigo mío y me siento feliz de poderlo compartir con Pepe.
    te dejo un beso de ternura
    Sor.Cecilia

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  13. Pues si, me ha gustado la historia aunque si me pareció un poco larga y las ilustraciones muy adecuadas,los felicito.


    Saludos.

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  15. Hola Sheol.
    Primero; felicitarte, me ha encantado.
    Segundo; te queria preguntar por las ilustraciones pero al leer tu comentario ya ha quedado aclarado. También van mis felicitaciones para Ale, que simpaticos todos los dibujos. Especialmente la vecina en bata, con el ceño fruncido y las zapatillas...
    Claro que la sudadera también podría ser de un buen samaritano que pensaba que "la mujer leyendo" necesitaba algo de abrigo para pasar la noche :)
    Un abrazo

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  16. Awwww, la historia es en verdad muy larga, pero es amena y dulce, me ha gustado. Aplaudo y celebro las ilustraciones de Ale, le dan ese sabor inocente al relato :)
    ¡¡Van saludos Sheol!!

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  17. Que bueno, eso le pasa por intrometido. Los dibujos son muy bonitos y con muchos detalles. Bss.

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  18. Un tema muy actual y bien tratado. Mis felicitaciones.

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  19. Gracias amigo por estar a mi lado hoy toca estar contentos
    El 24 jueves, me marcho a Argentina, pero sigo con todos vosotros, voy a publicar allí mis libros
    Con ternura
    Sor.Cecilia

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  20. Sheol me ha encantado esta aventura, muy bien narrada y engancha totalmente!!

    Un abrazo.

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  21. hl, Sheol
    No sé es fiel reflejo de la realidad, o ésta supera a la ficción.. pero en todo caso me ha encantado. Tb los dibujos, q hacen la historia más amena.
    un abrazo

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  22. Buenísimo!!! No interesa cuán largo sea, es buenísimo, no se puede dejar de leer!
    Y hay imágenes que... "su fiel amigo caracoleó tres veces y se tumbó a sus pies" me han dejado fascinada.

    Delicioso relato, Sheol.
    Mis aplausos.

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  23. Me encantó la nueva aventura de Pompilio y me encantaron las ilustraciones, muy acertadas en el contexto del relato. Sois geniales los dos, Sheol y Ale, una colaboración llena de talento. Un beso muy fuerte a los dos y muchas felicidades por la gran idea,

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  24. Me ha encantado el relato y los dibujos, enhorabuena !!

    Un cordial abrazo y feliz fin de semana

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