Hay cosas que molestan, pero parece que sólo a los que no estamos tocados por la gracia divina del enchufe celestial. Como el caso de David Sánchez, hermano del presidente Pedro Sánchez, cuyo nombramiento como jefe de la Oficina de Artes Escénicas generó más preguntas que respuestas. No porque sea un genio desconocido de la gestión cultural, sino porque, según se dice, el señor no pisaba ni su puesto de trabajo. De hecho, ni siquiera tenía un despacho asignado.
Aquí es donde la indignación personal entra en escena. Yo, un simple mortal —mindundi, para ser exactos—, tengo al menos una mesa en mi trabajo. No un despacho con vistas ni un sillón ergonómico de cuero, pero sí una mesa con su silla "normal". ¿Por qué? Porque trabajo. Me levanto, me presento, hago lo que me toca y, de paso, justifico mi sueldo. Mientras tanto, otros parecen flotar en una nube de inmunidad laboral, cobrando como si fueran imprescindibles, pero sin dar señales de vida.
No es por ser malpensado, pero ¿de verdad no había nadie más cualificado para dirigir esa oficina? ¿Alguien que no compartiera apellido con el presi? Ese puesto de "trabajo" en La Oficina de Artes Escénicas, ese misterioso ente, se ha convertido en un escenario de ironía pura: una obra de teatro con personajes que cobran por no actuar.
Bueno, al final, lo de David Sánchez no sorprende tanto como debería. En este país, el apellido correcto abre más puertas que un currículum impecable. Y mientras algunos seguimos apilando tareas en nuestras mesas sin despacho y sin vistas, los "hermanísimos" se dedican a no aparecer en el suyo. Porque, al parecer, trabajar está sobrevalorado.
¿Solo me molesta a mí? Quizás no. O quizás si.
Muy buena explicación nos has dejado, y si debería molestar, porque nosotros pagamos el sueldo de ese señor, y al menos debería tener la vergüenza de presentarse, y no hablo si está o no preparado para dicho puesto. Solo por educación su presencia debería ser relevante, no ausente. Un abrazo.
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