sábado, 28 de septiembre de 2024

El sol siempre espera tu sonrisa

 Cada mañana, Sofía seguía su pequeña rutina: se levantaba antes del amanecer, preparaba una taza de café, y luego, con el calor del sol aún por nacer, caminaba hacia el balcón de su pequeño apartamento. No importaba si el cielo estaba despejado o cubierto de nubes, ella sabía lo que debía hacer: mirar hacia el horizonte, hacia donde el sol siempre esperaba.

Su madre, antes de partir, le había dejado un consejo simple, casi como un juego: “Mira siempre hacia el sol, por la mañana, por la tarde, por la noche o simplemente cuando te apetezca o lo necesites. Te hará sonreír, porque te acordarás de mí. Aunque a veces esté escondido detrás de las nubes, está ahí… esperando tu sonrisa.”

Al principio, Sofía había tomado esas palabras como una manera dulce de aferrarse a la memoria de su madre. Después de todo, ¿cómo podría el sol, una estrella inmensa y distante, estar realmente esperando su sonrisa? Era solo una metáfora, algo poético que la hacía sentir menos sola. Sin embargo, conforme pasaban los días, empezó a notar algo diferente, algo inexplicable.

Una tarde, después de un día particularmente difícil en el trabajo, se desplomó en su sofá sintiéndose derrotada. Miró por la ventana, y el cielo estaba completamente gris. No había ni un rastro del sol, pero recordó las palabras de su madre: "Incluso detrás de las nubes, sigue ahí". Así que se obligó a levantarse y salir al balcón, aunque no veía más que un cielo apagado.

Al principio, no sintió nada especial. Solo una leve brisa que le acariciaba el rostro y el sonido de la ciudad a lo lejos. Pero después de unos minutos, mientras sus ojos vagaban por el horizonte, algo cambió. Sentía como si, a pesar de no poder verlo, el sol estuviera verdaderamente allí, justo detrás de esas densas nubes, observándola. Una cálida sensación se fue apoderando de su pecho, algo parecido a una caricia invisible, una compañía silenciosa que le hacía recordar no solo las palabras de su madre, sino la presencia constante de algo más grande, algo eterno. Y sin darse cuenta, una sonrisa surgió en su rostro.

Con el tiempo, Sofía adoptó este pequeño ritual de mirar al sol en los momentos de angustia o duda. No siempre podía verlo, pero eso ya no importaba. Aprendió que, al igual que el sol, la esperanza y el consuelo no siempre son visibles, pero siempre están presentes, esperando ser encontrados en los momentos más oscuros. Algunas noches, cuando el mundo parecía demasiado grande y frío, se permitía unos minutos bajo las estrellas, recordando que el sol regresaría al día siguiente, sin falta, como una promesa eterna de que todo pasaría.

Un día, una mañana cualquiera, el sol resplandecía en un cielo completamente despejado. Sofía se sentó en el balcón, cerró los ojos y dejó que la luz cálida bañara su rostro. Sonrió de nuevo, pero esta vez no era una sonrisa de consuelo. Era una sonrisa de agradecimiento, por el sol, por las nubes que le habían enseñado a confiar en lo invisible, y por su madre, cuyas palabras habían sido una guía luminosa a lo largo de su vida.

Al abrir los ojos, una ráfaga de viento suave le revolvió el cabello y, en ese instante, sintió como si todo el universo, desde las nubes hasta el sol escondido, estuviera sonriendo con ella.



1 comentario:

  1. Pues estoy segura de que asi fue. Un bonito relato. Felicitaciones. Un abrazo.

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